El fotógrafo de La 40: desde la perspectiva de los afectados

La producción audiovisual está disponible en Sambil en Palacio del Cine; en Downtown Center en Caribbean Cinemas y Fine Arts en Novo Centro

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A las 4:45 se prenden las luces de la pantalla grande, son 10 personas dispuestas a disfrutar del largometraje de los fotógrafos Orlando Barría y Erika Santelices en el llamado séptimo arte.

Es El Fotógrafo de La 40: basada en la trayectoria de Pedro Aníbal Fuentes durante su ejercicio en la cárcel de La 40, en el régimen de Rafael Leónidas Trujillo.

Querido lector,

Comencemos por el inicio, ¿Sí?

Los pasillos se inundan de un mar de gente, las vendedoras exclaman varias veces “siguiente, por favor”, y la multitud señala carteleras, combos de palomitas y las salas.

Es un complejo de cine, ubicado en Santo Domingo, que proyecta las nuevas producciones cinematográficas dominicanas e internacionales. El olor a palomitas, niños correteando y el bullicio de los presentes conforman una estrepitosa melodía.

Cine Cultura pagó un boleto por RD$400.

Tenía grandes expectativas con este documental, por diferentes razones como por fin alguien decidió llevar al cine algo más que la vida de Trujillo y las Hermanas Mirabal.

Luego, sus directores son fotógrafos, por lo que la fotografía tendría un gran impacto visual. Y, por último, pensé que me enseñaría la vida, desde que nació hasta su desaparición de Pedro Aníbal Fuentes.

No. No me dio estos elementos, pero lo agradecí. ¿Por qué? Me enseñó que el dolor más grande no proviene de su ejercicio fotográfico, sino de lo que dejó atrás.

Esas voces que tuvieron las agallas de contar los escasos recuerdos, lucharon para que su padre dejara de ser el héroe anónimo que expuso a nivel internacional las atrocidades de la cárcel.

Ellos, sus directores, me sumergieron en una historia contada por otros, perspectiva que me gustó, sorprendió y quedé gratamente satisfecha.

El largometraje de una hora relata la historia de Pedro Anibal Fuentes desde la mirada de su primogénito. Nos introducen lentamente y casi impredecible a su casa en Santo Domingo, donde aún descansan sus recuerdos, rollos de fotografías en blanco y negro, velas y cafeteras. 

Los movimientos de cámaras son lentos, suaves y disimulados, sin giros bruscos, es casi un soplo de la vida. La producción, que contó con Fernando Díaz, nos hace una mezcla de colores como rojo, blanco y negro, similares a las fotografías antiguas, la sangre y el luto.

Haré un paréntesis… Una leve pausa comercial para decir que me agradó que en varias escenas aparece un chihuahua caminando, sentado y olfateando el lugar tan característico de los caninos, por lo que me da a entender que es de Gladys y decidieron retratar su cotidianidad.

Como espectadora entendí que el audiovisual juega mucho con los sonidos de ambiente: carros pasando, los pajaritos y los ruidos de los quehaceres diarios, agregados a los sollozos, suspiros, lágrimas de quienes dan voz al ejercicio fotográfico de Pedro Anibal.

Recuerdo que en varias ocasiones se hacían silencios tensos y la piel se ponía de gallina y con un nudo en la garganta, pensando qué frase dolorosa, recuerdo vivido o comentario podrán decir.

La música juega un papel clave en el documental. Manuel Tejada se lleva el mérito de sumergir al espectador en un vaivén de emociones a través de la banda sonora. Se mezcla en cada toma, cada conversación, cada movimiento.

El punto cumbre, para Cine Cultura, fue en la última escena cuando Ángel escucha la última canción que disfrutó su padre antes de ir a trabajar y su posterior desaparición. Él no dice ni emite alguna frase, su postura, sus ojos marrones, su mirada hacia el horizonte de las cuatro paredes prendadas de recuerdos y sus manos entrelazadas hablan por él.

Se ve casera de manera buena, es como trasladar al espectador a lo que vivieron los niños que vieron a sus padres fallecer, escuchar ser torturados o desaparecer durante el régimen trujillista entre 1930 y 1961.

Delito Gómez Ochoa, José Hungría y Juan Carlos Morales, son solo algunos nombres que enriquecen la historia. Su dolor, agonía y desesperación sigue latente a su mirada, rostros y gestos, a pesar de que los directores deciden no hacer un primerísimo plano.

Hay muchas escenas en el mar, el cielo, los pájaros o barrotes… es como si nos obligaran a ver más allá de cuatro paredes electrificadas dispuesta a dar choques eléctricos y gritar desde lo más profundo del alma el terror que vivieron los apresados políticos.

Pero, creo que les encontré sentido. Por ejemplo, el mar es sinónimo de grandeza y peligro; el cielo de que alguien falleció y pudo encontrar paz entre tantas malicias; los pájaros con su piar hacen referencia a cada grito y los barrotes a la cárcel.

Sí, es un documental para prestar atención más allá que las palabras o los relatos, es una producción de detalle, que juega con cada clic que toma una fotografía. 

Minou Tavarez Mirabal dio en el clavo: hay muchísimos héroes de la era de Trujillo que no son reconocidos, pero solo se le conoce a las Mirabal y Manolo Tavarez justo…

Ojalá haya más directores dominicanos, aparte de René Fortunato, Orlando Barria y Erika Santelices, en contar la historia dominicana a través de la pantalla grande.

Y la Cinemateca Dominicana a través de “Cinemateca sobre ruedas” o el “Cineforum”  decidan llevar este documental a cada rincón más intrínseco de República Dominicana que vale la pena de ver, disfrutar y reflexionar.

En resumen: el corazón se te “añugará” y dos lágrimas, probablemente, rodaran tu mejilla.

Así que anímate a ir al cine y disfrutar de esta nueva producción dominicana.

Y nos cuentas, ¿Qué te pareció?