Érase una vez en el Caribe

La película internacional se proyecta en Galería 360, Fine Arts y Downtown Center

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Déjeme decirle que pensé que Érase una vez en el Caribe era dominicana y fue una de las razones que me motivó ir a verla. Luego Héctor Aníbal era protagonista y me quedé con el gusto de seguir viéndolo desde su actuación en Las Pequeñas Cosas y La Cigüeña.

Pues qué equivocada estaba. Es una producción cinematográfica puertorriqueña, pero la sentí tan caribeña, tan dominicana, tan guerrillera y cañera, que me agradó.

Es sangrienta, la mayoría de las escenas está basada en acción y peleas entre los capataces, los jornaleros y los yanquis. Juan Encarnación, interpretado por Héctor Aníbal, se vuelve un hombre dulce y abnegado a su familia cuando conoce a Pura y nace su hija, dejando a un lado la época de peleas campestres.

Sin embargo, Pura desaparece en manos de los yanquis y Juan cogió su machete y a su hija en brazos, quien siempre la protege y evita a toda costa arrebatarle su inocencia mientras asesina a los malhechores.

Patria, su hija que ha de tener menos de tres años, se roba el espectáculo con su inocencia actoral. Mis aplausos al equipo de audición que la eligió y qué en la trama logran ver que ella y Héctor Aníbal son padre e hija cuando interactúan.

Rápidamente nos sumergimos en un mundo campestre donde los líos son resueltos con el machete en mano. La trama parece sencilla: Un excapataz busca recuperar a su mujer desaparecida, sin embargo, se complica con la presencia de enemigos que pondrán su mundo cuesta arriba.

Hector Aníbal encanta y destaca con un personaje sombrío que solo busca rescatar a su amada esposa, y una hija en las costillas. Su actuación prosaica, de escasos y herméticos diálogos, lo hacen alejar de personajes como Las pequeñas cosas, Flor de Azúcar, El Método.

El busca un objetivo y parece no descansar hasta lograrlo.

Pura, encarnada por Essined Aponte, Néstor Rodulfo, quien interpreta a Correa e Israel Lugo, como Balbino, hacen de este largometraje puertorriqueño una opción que encanta, gusta y satisface entre toda la cartelera nacional e internacional.

La producción cinematográfica dirigida por Ray Figueroa combina el género samuráis con el western, y logra que pone la piel de gallina, sangre, machetazos, peleas sangrientas y explícitas hacen de la película que tensar las emociones del espectador.

El largometraje logró mantenerme en vela, pegada a la pantalla y sin pestañear, pese a que no soy partidaria del mundo sangriento.

Las locaciones me transportaron a República Dominicana, específicamente entre las provincias de La Romana y Barahona, caracterizadas por ser productoras de caña de azúcar y la lucha para sobrevivir de los cañeros. La sentí tan caribeña y cercana como su nombre, pero con acento boricua.

El largometraje rápidamente muestra escenas en blanco y negro que hacen alusión a la vida pasada de cada personaje. Ahí conocemos el secreto de Pura, quien es tentada a dejar a su marido jornalero para vivir su vida de ensueño.

Sin embargo, para mí, quién se robó los aplausos del elenco femenino fue Celia, una mujer triste que no quiere volver a ser pobre, pero que quiere escapar de las garras de los yanquis (que hablan en inglés). Es interpretada por Kisha Burgos.

En Érase una vez en el Caribe se destaca el guión, sencillo, ligero y de narrativa plausible, virtudes que para Cine Cultura funcionan para entender los problemas puertorriqueños. Es más, es una herida abierta de la época antigua o colonial que trata de rescatar el pasado y ver como los yanquis se adueñan de las tierras de los nativos.

Destaco, aunque casi nunca me fijo en el vestuario, la labor que tiene el equipo de preprodución de trasportarnos a siglos pasados con el arte de la ropa.

El audiovisual se filmó en San Juan, Puerto Rico, y es una coproducción entre Puerto Rico y España.

Déjenme decirles que es un final agridulce. Deben verla para que me entiendan, paguen la taquilla de RD$ 350, en promedio, y se les achicará el corazón.

Ahí volví a entender que no hay finales rosas y de princesas de Disney, y tampoco tristes, sino claroscuros, aquellos que terminan de acuerdo con las acciones de los protagonistas.

Y me quedó claro: Ray Figueroa no presenta un Caribe idílico, sino una huelga cañera contada a través de recuerdos en blanco y negros donde los cañeros murieron o fueron heridos, mientras los yanques elaboraban sus mejores chocolates.