‘Justicia para el pequeño Gabriel’ y ¿el amor por las tragedias?

32

Santo Domingo. A un veterano periodista dominicano le preguntaron cuál era el propósito de que los medios de comunicación, especialmente la prensa, publicaran desgracias como asesinatos, robos, asaltos, masacres, suicidios… Su respuesta fue sencilla, pero contundente: para que no se repitieran (o tratar de evitar) ese tipo de hechos.

Del mismo modo, muchos cuestionan cuál es el sentido de que casos tan desgarradores como la violencia contra niños se lleven a pantalla chica; pero que, además, guste. Mi respuesta siempre ha sido la misma: no es un placer ver que esas historias que generan tanta tristeza no fueron sacadas de un libro sobre mitologías, como los documentales basados en casos de la vida real.

Se trata de un amor por la investigación, que se traduce, además, en el placer del conocimiento que ese tipo de audiovisuales aporta. Sin embargo, con cada relato el dolor no se despega. Duele y mucho, e independientemente si eres padre, madre o no tienes hijos. Como el caso de Gabriel Fernández, un niño latino que residía en Los Ángeles, Estados Unidos, y cuya historia parece sacada de un mundo bizarro.

La narrativa 

La narrativa de Netflix, que inicia cuando el menor tenía siete años en el 2013, se ubica en la escuela Fernández, donde él, con hematomas y cicatrices más marcados en su alma que en su cuerpo, le pregunta a su maestra si es normal que los padres maltraten a sus hijos.

La madre, Pearl Fernández, de 31 años, y su novio Isauro Aguirre, de 35—que era padrastro del niño— pareciera que demostraron el mayor ejemplo de vejación infantil. Durante uno de los seis capítulos del documental tuve que detener la reproducción y reanudarlo al día siguiente. Al niño le daban de almuerzo hasta excremento de gatos como castigo, encerrado en un armario, esposado. Su glándula timo, que según expertos se encoge producto del estrés (extremo), pesaba solo 10 gramos, cuando lo normal para un niño de su edad es 100 gramos. A Gabrielito, como le decían, le quitaron la vida gradualmente.

Previo a la sentencia de cadena perpetua y pena de muerte contra Pearl e Isauro, respectivamente, mientras le corrían las lágrimas, el juez calificó al padrastro del menor como “el diablo en persona”, luego de concluir que el sistema de justicia estadounidense le falló a Gabrielito, quien también sufrió quemaduras y golpes en gran parte de su cuerpo; tortura que “maquillaba” con su tierna sonrisa cuando llegaba a su escuela y se conjugaba con el bullying que le hacían sus amiguitos por las marcas en su cabeza.

La historia de Gabriel Fernández no solo duele, genera impotencia. Pero también grita la necesidad de la empatía, el buen trato a cualquier ser humano, no juzgar por las apariencias y, por qué no, acercase a alguien y preguntarle ¿cómo te sientes? Quizás detrás de esa respuesta haya una historia desconocida que pueda salvarle la vida. Te invito a salir un poco de esa zona cómoda de solo ver películas y series, e ir más allá de las emociones y consumir más documentales—que no necesariamente tienen que ser desgarradores—, porque hay para todo gusto.