En su largometraje La güira y la tambora, el director Adrián Pucheu construye una encantadora comedia romántica que celebra con entusiasmo las tradiciones musicales dominicanas, a la vez que reflexiona sobre los dilemas del amor, la identidad y el crecimiento personal.
Producida por Colorlab Films en colaboración con Valencia Producciones (Colombia), esta cinta se adentra en los paisajes rurales de República Dominicana para narrar una historia que, aunque sencilla en su estructura, resuena con autenticidad emocional y respeto por la cultura local.
El protagonista, Daniel es un joven tamborero de origen humilde que vive en un pueblo donde el merengue típico no es solo música, sino parte esencial del alma colectiva.
Su vida da un giro inesperado cuando conoce a Isabel, interpretada por Pachy Méndez, sobrina del alcalde y recién llegada al pueblo, cuyo encanto e inteligencia despiertan en él una nueva emoción: el amor, mientras decide participar en la batalla musical del pueblo, un concurso de gran prestigio local.
Pero conforme la competencia se intensifica, Daniel se ve ante una disyuntiva existencial: ¿debe seguir su pasión por la música o apostar todo por un amor que parece casi inalcanzable debido a las diferencias sociales?
Pucheu utiliza esta premisa clásica para explorar temas como la movilidad social, la tradición musical como vehículo de empoderamiento y la tensión entre el deseo individual y las expectativas comunitarias.
La película se sostiene sobre una sólida base cultural: la banda sonora, rica en composiciones de merengue típico, aporta una energía vibrante que enmarca cada escena y acompaña la evolución emocional de sus personajes.
Si bien el elenco cumple en transmitir el tono liviano y entrañable de la historia, hay momentos en que las actuaciones pierden naturalidad: algunos diálogos se sienten forzados, como si los actores recitaban líneas más que interpretarlas con organicidad.
Este detalle, aunque no empaña completamente la experiencia, sí limita la inmersión emocional que la narrativa intenta construir.
Visualmente, La güira y la tambora es un deleite. La fotografía capta con sensibilidad los campos verdes y las casas coloridas del interior dominicano, enmarcando la historia en un entorno que parece latir al ritmo de las tamboras.
La dirección artística abraza lo cotidiano con respeto, y la ambientación refuerza el sentido de pertenencia y orgullo por las raíces culturales.
Más allá de su argumento romántico, la película funciona como una carta de amor al merengue típico, a los jóvenes artistas que sueñan con un futuro mejor, y a las historias de amor que florecen en los rincones más inesperados.
Es una cinta que fácilmente podría ser programada por instituciones como la Cinemateca Nacional o el circuito de Rueda Cine, no solo por su valor cultural sino por su potencial para conectar con públicos tanto locales como internacionales.
La güira y la tambora es, en última instancia, una propuesta entrañable y musicalmente rica, ideal para ver en familia o revisitar en casa más de una vez.
A pesar de algunos tropiezos interpretativos, su espíritu alegre, su música envolvente y su mensaje de autenticidad emocional la convierten en una adición bienvenida a República Dominicana.
Vimos esta producción dominicana en el Festival de Cine Hecho en RD, en Fine Arts, luego en Galería 360, porque lo bueno se repite.
Así que cuéntanos,